La bondad o la maldad de una conducta se calculan y se mide por los resultados que produce. La alegoría de la vid resalta la unidad de Jesús y sus seguidores. La vid, de cuyo cuidado está a cargo Dios, tiene una función: la limpieza y la poda. El fruto es la razón de nuestra propia existencia, y cuando esto no se da se produce la poda. ¿Qué fruto? Amar, el amor mutuo, el amor a los hermanos.

La vida está llena cruces, de no-vida, de virus mortal para muchas vidas de todo tipo de personas. Esta experiencia a muchos nos ha llevado a unirnos más, y a otros a separarse más. El virus, aunque parezca contradictorio, nos ha hecho estar más cercanos, sin tocarnos. Juan lo expresa con la imagen de la vid y los sarmientos. La vida llega a todos los sarmientos, pero algunos sobran. Si se quiere buena cosecha, hay que podar para que den fruto. No sé cómo experimentamos en nosotros esta poda desde la experiencia del Covid, pero que ha habido poda es evidente, hemos tenido que tomar conciencia, por las buenas o por las malas, de que hay que dejar, soltar, desapegarnos de tanto sarmiento inútil, perjudicial, que estaba ahogando nuestra vida y no le permitía dar fruto. Esto es muy positivo, y ha venido por un virus que nos ha podado. ¿Contradicción? No, realismo, que nos ha situado ante la verdad de nuestras vidas. La verdad nos hace libres, personas que no interrumpimos el proceso de crecimiento, capaces de ser y vivir como adultas. Y esto ha sido así si nos hemos sabido cuidar con el pan de la Verdad y del Bien y si hemos sabido beber el vino de la buena Amistad. Nosotros los hemos intentado de forma permanente, discerniendo, porque la comunidad que no lleva a cabo este proceso se seca, se muere, y al final todo el trabajo desaparece para la vida de los pobres. ¡Aprendamos! La huida ha sido evidente y masiva. También existen los que buscan, vuelven, pocos, pero existen, estemos atentos.

La comunidad de Juan está en la expansión, y Jesús empieza con una advertencia severa que define la misión de esta comunidad: no somos un ghetto, sino una comunidad en expansión. Esto lo ha puesto de manifiesto-paradojas de la vida-la pandemia. Todo sarmiento que esté vivo tiene que dar fruto. Cada uno de nosotros, si está vivo, tiene que dar fruto, cada uno tiene un crecimiento que efectuar y una misión que cumplir. Llama la atención que Jesús no excluye a nadie, pero el Padre sí. El Padre se encarga de podar la viña, pero somos nosotros, al situarnos, al negarnos a amar, los que nos sentenciamos, y este es aquel que pertenece a la comunidad pero no responde al Espíritu.

El Covid, Dios no lo ha enviado para realizar la poda, Dios no mata, pero tampoco cura, por lo que vemos; pero como no dábamos fruto, el Padre hace la limpia para poder crecer, eliminando factores de muerte, y por esto nos hace más auténticos, más libres. Si os quedáis conmigo, fecundidad, daréis fruto y lo que pidáis se os concederá. Condición: permanecer unidos a Él. Si hay separación, se interrumpe el flujo de la vida, y no se trata de la adhesión solo de cada uno, sino de la comunidad, el ambiente entre nosotros. ¿En qué atmósfera vivimos en la comunidad? ¿En la del servicio, en la del amor a los pobres? Pues, si es así, ésta es la atmósfera que quiere Jesús, y nos hará fecundos. Si estamos unidos entre nosotros a Jesús, y entregados a la misión, podemos pedir lo que queramos. La comunidad es, pues, el lugar delimitado por el amor-lealtad de Jesús, donde son visibles sus efectos: ese amor es su atmósfera y su experiencia, con una observación: no existe ese amor a Jesús, ni vida bajo su influjo, si no desemboca en el compromiso por los otros.

La figura de la vid habla de la necesidad de la inserción para producir fruto, no vamos por libre. Solamente la entrega a los demás puede dar la certeza de ser objeto del amor de Dios. El que no ama no puede relacionarse con el Padre, ese vacío se llama “dioses falsos”, a los que estábamos dando culto, y seguimos ante el Covid y post Covid, aunque hablemos de la dulce muerte del ateísmo. Y todo esto nos lo ha dicho para que llevemos dentro su propia alegría. Alegría objetiva: mucho fruto, y subjetiva: el amor practicado predice experiencia de amor.

Esta labor común se realiza en la amistad. No se puede proclamar el mensaje de amor si no está apoyado en su experiencia, ni es posible ofrecer la alternativa al mundo injusto sin crear la nueva comunidad. “Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que os mando”. Jesús explica ahora la adhesión en términos de amistad. La amistad nace de la comunidad ideal y de la común vivencia en la entrega a los demás. Se ha pasado de la expresión metafórica de “seguís conmigo, insertados a la vid”, a la relación personal, “ser amigos”, y esta amistad se funda en la posesión del mismo Espíritu, que es su amor comunicado. Sí, hay que secundar el dinamismo del Espíritu, que lleva al amor a los hermanos. Así que el que llama aquí “amigos” los llamará también “hermanos”. Jesús es el centro del grupo, pero no se coloca por encima de él, quiere ser compañero de los suyos en la tarea común. ¡Qué consolador! Vive en nuestra compañía, comunicación y confianza. En la misión, la amistad con Jesús significa la colaboración en su trabajo, que se considera común a todos y responsabilidad de todos. Somos amigos que voluntariamente colaboramos en la tarea. Por eso la alegría de la misión se comparte con Jesús. Sí, Jesús se integra en el grupo; la igualdad y el afecto crean libertad. No hay subordinación, sino compenetración e intimidad; no absorbe, nos hace adultos para que sigamos sus pasos. Así que ya lo sabéis: “Cualquier cosa que pidáis al Padre en unión conmigo, os lo dará”. La unión es la fuente de la alegría que brota de la unión con el Padre y los hermanos, es un don salvífico.

Francisco Cano

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